El niño que se creía Superman

Hace años, por motivos que no vienen al caso, conocí a una serie de niños disminuidos psíquicos. Como suele pasar, y de un modo algo cruel pero inevitable, enseguida los catalogué en favoritos y no favoritos. En "no favoritos" estaba, por ejemplo, el niño que, a fuerza de tirones de pelo, estuvo a punto de convertirme en un calco de Charles Xavier.

Entre mis favoritos, había uno que, de mayor, quería ser barrendero en la Renfe. Una cosa normal y corriente. Otro de ellos, sin embargo, quería ser superhéroe. Desconozco el término psiquiátrico para su enfermedad, pero aparte de ser un poco lento, era un niño que imitaba sin parar. Lo que llamaríamos infantilmente un "repitemonas". Pero no creáis que imitaba a cualquiera, no. Cada día venía con una de sus tres imitaciones estelares porque, como ya os he dicho, este niño quería ser superhéroe y tenía tres modelos a imitar para conseguirlo.

Cuando venía con el puño en alto, le tocaba el día de Superman. Se pegaba todo el día trotando de un lado a otro haciendo el bien, o mejor dicho, sin hacer el mal, que ya era algo.
Otros días, venía estampándose contra las paredes. Era el día de Spiderman. Se quedaba muy quieto, con los brazos extendidos y el pecho pegado a cualquier superficie, agarrado como una lapa. Y no veáis para soltarlo, menudo espectáculo…
Pero a veces, venía con su tercer superhéroe, gesticulando alterado, con las manos crispadas, murmurando frases ininteligibles y golpeando mesas. Me tenía francamente intrigada… ¿¡Qué superhéroe podía ser!? ¿Lobezno? ¿La bestia?.

Pues no, señores; mi cara debió de ser un poema cuando su madre me dijo que era Felipe González.

No sé qué vuelve más rara a la gente si los cómics o la política.