Otra semana más de tormento superheroico que nos brinda el viejo del bigotito. Who wants a to be a superhero se convierte esta semana en un programa de investigación que intentará responder a los grandes enigmas de nuestra era: ¿son taimados los calvos? ¿son rácanos los judíos? ¿se vuelven más listos los concursantes metidos en una urna llena de abejas? ¿cómo se lavan sus partes pudendas los superhéroes? …
Amigos en sepia
Una vez tuve una amiga que se pintaba la raya del ojo como la protagonista de Planet Terror. Una larguísima línea negra, que nacía en el lagrimal, recorría sus pestañas y terminaba, insultante y descarada, mucho más allá del final del ojo. Ayer, después de ver a Cherry Darling matando zombies ratatatatatá con su pierna-ametralladora ratatatatatá, sentí curiosidad por saber qué habría sido de aquella chica y si seguiría llevando todos los días esa raya negra perfilada con precisión milimétrica e infinita paciencia. A ella, como a Nerea y su exasperante bipolaridad, o a Raquel y sus maneras laxas y perezosas, o a Marta y sus jodidos sarcasmos, y a algunos más que no son más que bosquejos en mi memoria, me costó mucho dejar de llamarles amigos. Por a o por b, siendo a mi manojo de inseguridades y b mi incapacidad para decidir hasta aquí hemos llegado, ¡hostiasyá!, siempre me ha resultado mucho más dificil dejar de llamar amigos a los que ya no lo son de facto, que llamar así a quiénes realmente lo son.
¡Buen día a todos!
Who wants to be a superhero? (episodio 1)
El secuestro de Stan Lee, un chino impertinente y el robo de unos neumáticos han puesto a prueba a los aspirantes a superhéroes en este primer programa del concurso. Un programa en el que se han manifestado las fortalezas y debilidades (que son muchas) de los concursantes. Un policía mandón, una rubia que va de tonta y tal vez lo sea, un acróbata poco avispado, una tía dura algo depresiva, un graciosillo, una maciza desordenada, un millonario maleducado, una ex-agente de la CIA pasota, un optimista profesor gay y una maruja de clase media… ¿Cuál de ellos será un superhéroe?…
¿Quién quiere ser (otra vez) un superhéroe?
Este año, el concurso Who wants to be a superhero? se llena de efectos especiales y pruebas aún más trepidantes si cabe que el año anterior. ¿Más que la de los presos? ¿O la de la niña llorosa? ¡Más! Estos son los concursantes, presentados hace ya unos días por Pedro babeando con las féminas (por unas más que por otras) y por mí renegando de los machos. Este año, al tradicional premio de la inmortalidad en papel y en celuloide, se suma la creación de unas figuritas de acción del ganador del concurso….
Emperifollarse o morir
Cuando estudiaba en la universidad, muchas de mis compañeras de clase acudían a los exámenes vestidas como si fueran a presentarse en sociedad, a saber, con falda, tacones, enjoyadas y pintadas como puertas. Sonreían con displicencia mientras subían, taconeando toc toc
toc, los escalones del aula mientras se estiraban la falda con falso pudor. Cuando, tres o cuatro horas más tarde, salíamos del examen siempre había alguna de estas pijas emperifolladas lloriqueando por las esquinas, con el rímel corrido, sorbiendo los mocos, la cara congestionada y las manos temblorosas enredándose entre los collares
Siempre me pareció una imagen muy patética la de las pijas plañideras. Tenía la impresión de que su ridículo emperejilamiento las hacía doblemente estúpidas.
La cosa es que con gafotas y sin collares… ¡he aprobado!
¡Buen día a todos!
Perdiendo el tiempo
Entré en la librería de viejo buscando libritos azules de Orbis, los de ciencia ficción que tanto me gustan. Estaban los de siempre, un par de tomos de una antología clásica de relatos new age atados con una goma. Junto a ellos, unos pocos títulos de otras editoriales, novelitas pulp, muchos libros acerca de ominosas invasiones alienígenas y otros, mal ubicados, de fantasía épica.
No pude evitar fijarme en la portada psicodélica de una edición sesentera de Fahrenheit 451, manoseada, ajada, preciosa. El libro estaba raído, amarillento y dedicado en su primera página. Las dedicatorias en mis propios libros me revuelven las tripas. Me marean. Veo lo que antaño parecía eterno resumido en una frase vacua, carente de sentido y poco afortunada – para mi mejor amiga; no te olvidaré nunca; por una locura compartida… – que todavía amarga levemente. Las dedicatorias en libros ajenos, sin embargo, me provocan más curiosidad que rechazo.
Con el libro abierto, me permití fantasear unos segundos acerca de la persona que regaló aquel libro hace más de treinta años. Tal vez fuera un tipo idealista, inquieto, un hombre de indudable buen gusto. Intenté imaginar por qué escogió ese libro, si al obsequiado le agradó el regalo o fingió que lo hacía, si lo leyó vorazmente o lo abandonó a medias en un rincón, si memorizó algún pasaje, si lo prestó alguna vez o muchas, cómo llegó a los estantes de una librería de viejo y, finalmente, qué será de mis propios libros dedicados. Espero que terminen, mejor que en una pila crematoria, en las estanterías polvorientas de una librería y que alguien, con pocas ganas de estudiar el carnet de conducir, pierda el tiempo elucubrando necedades similares.
Regalo de Franz Cichosz Hempkel, rezaba la frase. Y debajo una firma; un garabato en el que podía leerse, o yo quise leer, Cichosz.
Pagué el libro y regresé a casa, silbando, mientras releía una y otra vez el nombre, cada vez más familiar. Cichosz, Cichosz… ¿Cichosz? ¡Cichosz!
¡Buen día a todos!
De vuelta a clase
El carnet de conducir me tiene loca. Cometí el error -malditas las ganas de estudiar en verano- de apuntarme la semana pasada a una de esas ofertas veraniegas de ¡Sácate el teórico en un mes y te regalamos clases prácticas a porrillo! con tan mala suerte de que el último día para examinarse es este viernes.
-¡No te quejes, mujer, que tienes quince días!
-Ya, pero es que sólo puedo estudiar un rato por la noche…
-¡Pero si eso no se estudia! Con leerte un par de veces el libro ya vale.
Por un lado, están ésos, los convencidos de que con leer un par de veces el libro ya retienes todas las cifras, los números, las excepciones y todos los datos, absurdos o no, del Código. Después los que te dicen que como has estudiado leyes, algo te sonará. Pues no, la ley de arrendamientos urbanos no se parece en nada a una señal de ceda el paso. Luego están los que tienen un conocimiento innato, socrático, del código de circulación: –yo no estudié, sólo hice tests. Y finalmente aquellos otros, los lumbreras, de: -bah, yo me lo saqué en quince días; -¡pues yo en una semana!; –¡a mí me costó tres dias!
Estos quince días, con sus respectivas noches, se me están haciendo eternos. Tengo una docena de cómics por leer, cien proyectos en la cabeza y cualquiera de ellos más apetecible que aprender el significado de que un fulano uniformado toque el pito como si le fuera la vida en ello, o que saber que si dos vehículos se tropiezan en un paso estrecho las cosas no se dirimen a tiros. Aunque haya plantas rodadoras en la parte del arcén no transitable.
¡Buen día a todos!
El hombre ideal
Salí hastiada de una innecesaria reunión en cliente. Iba pensando en las poco apetecibles judías verdes que me aguardaban y en lo a gusto que me zamparía un cruasán, un donus de chocolate o…
-¡Chica, chica! ¡Una pregunta para la tele!
Me di la vuelta y me encontré con dos reporteros sudorosos a la carrera, cámara y alcachofa en ristre.
-Nonono – respondí escabuyéndome como las viejas cuando alguien se les acerca a preguntarles por una calle – que siempre preguntáis de política y no quiero salir en la tele diciendo «me la pela».
-Que no, mujer -insistieron con voz de haber repetido lo mismo mil veces- ¡que ésta es muy fácil!
-A ver ¿cuál es?
-Que cómo es tu hombre ideal…
-Euuuh, es que llego tarde al trabajo…
Y es que prefiero aparecer en la tele local diciendo que la política me la pela (-¡mira la hija de la del cuarto, –alparcearían las vecinas- qué malhablada!)- que contando que mi hombre ideal es un tío aficionado a los tebeos que guste de churrar, que me aguante y que no se pierda un sarao comiquero. Ah, y que no huela mal. Por dios. Sobre todo que no huela mal.
¡Buen día a todos!
Actualización: Os veo reivindicativos en los comentarios… ¿Cómo es vuestro hombre/mujer ideal? ¿Sois raros? ¿Os gustan los hombres con olor a hombre? ¿Lo contaríais en la tele?
Qué fantástica fantástica esta fiesta…
Cuando aquel vejete tan gracioso comenzó a cantar «llegóooo borrrrrasho el borrrrrassssho» supimos que iba a ser una gran fiesta, porque la mitad de los malavideros ya venían servidos, bien servidos, de casa.
No sabemos cuanta gente acudió finalmente a la fiesta de presentación del Malavida 15, pero acabamos con la birra, el papeo y hubo momentos de agobio tales que no se podía entrar al bar. Y es que lo de beber de gorra tira mucho. Como no somos muy duchos en materia de presentaciones, dejamos los malavidas amontonados sobre la barra, sírvase usted mismo, y nos pusimos a churrar. Sin discursos. Ni que fuésemos aquel conseller.
Como presentábamos (o lo que fuese) el Malavida 15: especial Mejico Lindo, nos pertrechamos con sombreros mejicanos y mostacho. Los mostachos, que picaban como demonios, daban calor y nos hacían tener una mueca boqueante de moñacas hinchables, no duraron demasiado. Llevar sombrero mejicano, aparte de achirrarar la sesera más fresca, precisa de una destreza que ningún malavidero borracho tiene. Más de uno deseó que el especial de Malavida hubiera sido de Trajes de Lycra Marcones, que aparte de descubrir nuestras espectaculares figuras (la fisionomía malavidera es muy característica), les hubiesen librado de los gorrazos que íbamos arreando a diestro y siniestro en esa reunión de misterbeans y pepeviyuelas mejicanos.
Esperamos que los que vinistéis lo pasárais tan bien como nosotros. Muchas gracias por emborracharos con nosotros, por aguantar los sombrerazos, por los bailes, por los ánimos y los abrazos. A los que no pudisteis acudir os echamos en falta y de la próxima no os escapáis.
Y todos vosotros sabed también que nunca NUNCA haremos un malavida especial Trajes de Lycra Marcones.
Una vez en casa, mientras trataba de quitarme la camiseta –que no sale, coño, que no sale– y daba tumbos, con aquella enrollada en la cabeza y los brazos inmovilizados en alto, golpeándome contra las puertas, me di cuenta de que aún llevaba el sombrero puesto. Toda una linamorgan mejicana.
¡Buen día a todos!
Culpable
Hace muchos años, cuando no levantaba dos palmos del suelo, acompañaba a mi abuela a misa los domingos. –¡Si no vienes a misa, irás al infierno!-decía porque era muy misera, amén de una pedagoga de la leche-¡De cabeza al infierno! Las misas en la parroquia de mi barrio eran especialmente torturantes, las lecturas las más ominosas que recuerdo y el cura parecía un insistente recaudador de impuestos recordando a las viejas que la iglesia no se mantenía sola. Estaba claro que sola no se mantenía, no. Cuando levanté tres palmos del suelo y mi abuela menguó un par de ellos, la dejaba sentadica en un banco y me quedaba fuera haciendo lo que fuese menester. –¡Irás al infierno!-gruñía ella agitando el puño-¡Cómo dejas sola a tu abuela, tan mayor! ¡Los jóvenes vivís como en la selva! Y yo me sentía culpable, pero poco. Al fin y al cabo mi abuela estaba allí porque quería y yo, sin embargo, iba obligada.
Además, dejar sola durante un rato a la abuela de uno en la iglesia no es comparable a tirar un televisor desde un cuarto piso y que mate a un viandante. Digo yo. Esto es lo que sucede en Culpable, de Esteban Hernández, un cómic que, por su sencillez, me encanta y releo con frecuencia. Hernández mezcla acertadamente comedia, drama, costumbrismo, fatales casualidades y la más hilarante absurdidad. El protagonista, un simpático tarado, se siente tan culpable por haber matado a un transeúnte a golpe de televisor que decide ingresar en prisión por su cuenta. Allí se topará un carcelero de curiosas costumbres y escaso sentimiento de culpa, con el que se verá conectado de una forma que ninguno hubiera imaginado. Esteban Hernández, con su particular y atractivo estilo, narra las atípicas vicisitudes de dos personajes tan locos o tan cuerdos como cualquiera, que se verán envueltos en las más rocambolescas situaciones para terminar decubriendo que no es lo mismo sentirse culpable que serlo.
Que no es lo mismo, que no. Porque no es lo mismo, ¿no?
¡Buen día a todos!