Así vuelvo después de unos días de vacaciones por tierras noruegas, donde la gente es amabilísima, rubicunda, de nariz pequeña y come pan a rabiar. Nos hemos mojado día sí y día también, comprobando que unos arrastrados pantalones de campana no son el atuendo más adecuado para casi nada; hemos tomado café y deliciosas tartas rodeados de viejas en rastrillos de cosas igualmente viejas; hemos confundido librerías cristianas con tiendas de cómics; hemos conocido, afortunadamente no de primera mano, las hazañas de los héroes de Telemark, y, desafortunadamente de segunda mano, las aventuras del «miguel de la cuadra salcedo» noruego, Thor Heyerdahl; hemos participado, sin saberlo, en manifestaciones en contra de la UE a ritmo de With or without you; hemos hablado de arte y de aburridas pajillerías; he leído Espinas, de Silverberg, al calor de una chimenea en lo alto de una montaña en Rjukan; los lloros de un niño han terminado por escacharrar mi reloj biológico (si es que alguna vez lo tuve), y, sin embargo, mi reloj universitario ha echado a andar otra vez.
Ahora toca retomar el pulso del puñetero libro que me aguarda en la oficina y que está adquiriendo cariz de castigo divino, a la altura del pajarraco que le comía las tripas a Prometeo o el canto rodado (y tan rodado) de Sísifo. Y sobre todo, con muchísimo agrado, tengo ganas de ver qué ha sido de la tontosfera y de vosotros estos días.
¡Buen día a todos!